viernes, 16 de agosto de 2013

A VEINTE AÑOS DEL FALLECIMIENTO DEL GRAN ESCRITOR

Jorge Luis Borges, el de la sonrisa triste y el pensamiento incisivo

BUENOS AIRES (AFP, por Daniel Merolla). Un 14 de junio, hace 20 años, moría en su autoexilio en Suiza la pluma mayor de las letras argentinas de todos los tiempos: Jorge Luis Borges, poeta luminoso e irónico ensayista que se arrepintió de no haber sido tan feliz como hubiese podido y de haber apoyado a la dictadura en 1976.



Jorge Luis Borges, autor de obras inmortales de la literatura, se arrepintió de no haber sido tan feliz y de haber apoyado a la dictadura argentina en 1976.
"He cometido el peor de los pecados/que un hombre puede cometer/No he sido feliz", escribió este hombre de sonrisa triste pero de pensamiento incisivo como una daga, que dejó algunas de las obras más hermosas que jamás se hayan publicado en lengua española.
Su vida se apagó lejos de la tierra natal, tras dejar atrás los ásperos senderos de la polémica y el olvido, como tantos otros argentinos ilustres desde la muerte en Francia del padre de la patria y Libertador de América, José de San Martín, en 1850.


NIÑO PRODIGIO

Murió en Ginebra, adonde había transcurrido su infancia de niño prodigio, como un Mozart de la palabra, que a los siete años redactó un resumen de la mitología griega y el cuento "La Visera Fatal" inspirado en El Quijote.
El precoz literato que a los nueve años tradujo del inglés "El Príncipe Feliz", de Oscar Wilde, falleció lejos de la amada Buenos Aires y su gente, ciudad a la que definió como nadie en los versos de un poema: "No nos une el amor sino el espanto/será por eso que la quiero tanto".
A los 87 años, cuatro años después de la restitución de la democracia, le había quedado tiempo para desandar sus pasos en el resbaloso terreno político, luego de haber saludado con fervor la entronización del dictador Rafael Videla en 1976.
Se horrorizó después con los crímenes del régimen y su firma insospechada de partidismo figuró a la cabeza del primer aviso publicado en los diarios argentinos reclamando la aparición con vida de millares de desaparecidos en 1980.
Hijo de un filósofo anarquista y descendiente de héroes de la Independencia, militares y guerreros, estableció un puente literario entre los heroicos soldados del siglo XIX y los llamados "compadritos" que se batían a duelo de puñal en los sombríos suburbios de la ciudad.
Tan fascinado por los códigos de honor y coraje de aquellos honorables antepasados como los de sus anónimos contemporáneos de los bajos fondos, encontró un lenguaje original para definir la argentinidad.
Mientras tanto, exploraba con su académica erudición los sinuosos caminos del azar, la revelación mística, el budismo, la cábala hebrea, los artificios del tiempo y el desciframiento de secretas reglas que rigen el Universo.
Borges enfrentó la exploración sin rendir culto a la solemnidad ni renunciar a la ironía, como en su cuento "Tlon, Uqbar, Orbis Tertius", donde escribió: "Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres".


SUS MUJERES

Así como leer en inglés antes que en castellano le dejó una huella profunda que marcó su ruta profesional, las mujeres atravesaron su vida como rayos de luz y formaron en torno suyo un círculo áulico de influencia esencial.
Manos femeninas lo forjaron, desde su abuela materna Fanny Haslam que le enseñó el inglés, y otras lo guiaron, como su madre, Leonor Acevedo, su primera lectora y secretaria cuando empezaba a perder la visión, hasta María Kodama, una de sus alumnas distinguidas a quien se unió para convertirla en compañera hasta la muerte.
Otras damas a su alrededor fueron la escritora y periodista Estela Canto, una de sus musas inspiradoras en medio de amores contrariados, y Elsa Astete Millán, su primera esposa en un paso en falso hacia un matrimonio desavenido que duró pocos años.
La ceguera de Borges fue a las letras como la sordera de Beethoven a la música, aunque el calvario del argentino duró treinta años, durante los cuales Acevedo y Kodama fueron sus lazarillos, mientras mantenía sin pausa la producción literaria.
Había enfermado prematuramente de la vista hasta perderla casi totalmente en un proceso que definió como "un lento crepúsculo".
Cuentista y ensayista, había transitado entre los años 30 y 40 la ficción mágica y fantástica con obras cumbre como "Historia universal de la infamia", "Ficciones" y "El Aleph".
Con espíritu lúdico formó una sociedad de creación de cuentos a cuatro manos con su amigo Adolfo Bioy Casares, cobijados bajo el seudónimo de Bustos Domecq, que alumbró desde cuentos de detectives a lo Chesterton hasta guiones cinematográficos.
Uno de ellos, el de la película "Invasión", del talentoso cineasta Hugo Santiago, radicado en París, resulta una estremecedora anticipación de los días trágicos que vivirá el país en los años 70.


LA NEGACION DEL NOBEL, UN CASTIGO

Premiado hasta el cansancio y estudiado en todo el mundo, jamás se le hizo el honor de otorgarle el Premio Nobel, vacío que los historiadores atribuyen más a un castigo por sus ultraconservadoras posturas políticas que a un juicio literario estricto.
"Los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles", definió con sutil elegancia a uno de los fenómenos populares de masas que conmovieron y conmueven a Argentina.
Enemigo declarado del fútbol por considerarlo un espectáculo estúpido y brutal, se refugiaba en su casa para tomar el té con masas sobre un mantel con los colores de la bandera británica.
Se ganó así el odio de una generación que se mecía al compás de los vientos revolucionarios que agitaban el mundo, hasta que una nación entera se rindió a sus pies y a su pluma cercana a la perfección, si es que tal magnitud pueda ser posible.
El hombre que había anunciado su suicidio y que justificó no haberlo hecho "por cobardía", moría hace 20 años como en un cuento suyo, entrando a un espejo, a un laberinto o a un jardín con bifurcaciones.



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