martes, 24 de julio de 2018

El superhéroe no hace milagros

por Daniel Merolla

Contar con una superestrella mundial de fútbol no es garantía suficiente para ganar campeonatos. Podría decirse que tampoco es garantía  necesaria. La historia enseña que todos los campeones las tuvieron. Argentina tuvo a Diego Maradona y ahora tiene a Lionel Messi. Podemos llamarlos el as de espadas, el genio, la ocatava maravilla, o cualquier otro adjetivo que surja como ocurrencia. Lo real es que convierten al  juego en arte y al deporte en magia.
Pero ¿es suficiente con tenerlos?. El único período de la historia futbolera en que Argentina fue realmente una potencia mundial puede ubicarse entre los años 1975 y 1995. Fueron 20 años de esplendor. En ese lapso Argentina ganó dos campeonatos mundiales de mayores, en su casa en 1978 y en México-1986. Fue subcampeona en Italia-1990 y se perfilaba como candidata al título en Estados Unidos-1994 hasta el episodio del doping de Maradona que hundió al equipo sin remedio. También fue el canto del cisne del  idolatrado 10. Pero sin Maradona, Argentina ganó por última vez copas América, la de Chile-1991 y Ecuador-1993. Después, cayó en un tobogán.
La esperanza albiceleste renació en el siglo XXI. Ganó sus dos primeras medallas de olímpicas, en Atenas-2004 y Pekín-2008. Ahora contaba con Messi, figura dominante de la época y cinco veces mejor jugador del mundo de la FIFA. Pero Messi no pudo levantar ni iuna sola vez la copa. Falló en Alemania-2006, aunque ni siquiera el DT José Pekerman lo tuvo en cuenta para el partido perdido en cuartos de final contra Alemania. Fue eliminada en Sudáfrrica-2010 y en Rusia-2018. Llegó a la final en Brasil-2018 pero la perdió.
¿Contar con el superhéroe fue suficiente?. A todas luces, no. Entonces, ¿no será que el período de rutilancia coincide con un proyecto firme y sostenido de la AFA para sostener y darle coherencia al proceso al margen de jugadores y entrenadores?. César Menotti, Carlos Bilardo, e incluso Alfio Basile, tuvieron ese apoyo. Sus selecciones nacieron y se consolidaron en canchas argentinas. Se reforzaron con superestrellas que jugaban en Europa, pero que se incorporaban como piezas claves, no como "salvadores". Maradona no jugó el Mundial Argentina-1978. Claudio Caniggia no fue tenido en cuenta para México-1986.
El fútbol argentino tiene una hermosa historia de estirpe futbolera, de maestros en el arte del balón, de genios. Jugadores con alma de acero, que sacaron a relucir talento y recursos aún en los momentos más sombríos de un partido. Aquel espíritu luce apagado. Argentina tuvo cracks cuando el país no competía a nivel internacional. Imposible saber si hubiesen podido ser campeones del mundo. Cuando Argentina volvió a la escena internacional sufrió el papelón del Desastre de Suecia-1958. Supo renacer de las cenizas con tiempo y perseverancia para sostener un plan de selecciones coherente. Los equipos podían perder, pero se sabía a qué jugaban. El campeonato local conservaba sus estrellas e ídolos lo suficiente para convertirlos en ejemplo para sus colegas y disfrute para los hinchas. El poder económico internacional monopoliza ahora las figuras. Y la Selección dejó de ser 'la prioridad número uno', como se consagró en aquellos años 70.
No es extraño que el equipo decepcione otra vez en Rusia-2018. Se perdió la brújula y el poder de decisión. Se perdió la identidad. Sólo quedó el valioso ADN de los jugadores. Pero un equipo no es un rejunte de buenos jugadores. Es el producto final de una manera de sentir y de jugar, defendida con orgullo y pasión. No existen los 'mesías' en el fútbol. Son once héroes convencidos los que deben entrar a la cancha. Si uno de ellos es superhéroe, mejor.


martes, 3 de julio de 2018


Gritos y susurros

por Daniel Merolla

La estridencia en el mundo de los medios electrónicos es ya insoportable. Hay periodistas que deberían ir a una clase de educación musical. Las melodías y las armonías tienen variaciones. Bajan, suben, vuelven a bajar, aparecen los medios tonos y se alternan con los 'crescendos'.
No es adecuado hablar en una única altisonancia, todo el tiempo y ante cualquier circunstancia. Cualquier canción o tema musical en un sólo 'tempo' sería una tortura. Los relatores monocordes o los periodistas que gritan, están torturando a sus audiencias.
Es un disparate decir "goool" o "lleva la pelota Fulano" en el mismo registro de voz.
Al fin de cuentas, le quitan emoción al relato o al comentario. También aburre el discurso en voz baja. Puede volverse inaudible por tedio del oyente.
Leer poesía, buenos poemas, sería otra forma de reeducación. Aquellos que no advierten este mal contemporáneo, simplemente es porque también se expresan a los gritos o en voz alta, sin variaciones. Hartan.