La superfinal River-Boca: la pelota no se manchó pero fue arrebatada
por Daniel Merolla
(en internet por AFP)
El superclásico del siglo entre
River y Boca por la Copa Libertadores fue este año una cinematográfica mezcla
de pasión, locura y vergüenza, con festejo del 'millonario' y el sabor amargo
de una final transplantada a España.
Usuarios de redes sociales en
Argentina rebautizaron con ironía el trofeo como "Conquistadores de América".
Sintieron humillación y despojo cuando la Conmebol ordenó llevar el suspendido
partido de vuelta al Santiago Bernabéu de Madrid.
Indignados internautas dijeron
que la Copa ya no merecía el nombre ideado en homenaje a los patriotas que en
el siglo XIX lucharon por emanciparse de la corona.
Las piedras del escándalo fueron
las que arrojaron hinchas riverplatenses al bus que llevaba al plantel de Boca
al estadio Monumental, tras un empate 2-2 en la Bombonera boquense.
Rompieron ventanillas en el
ataque a 600 metros de la cancha. Lastimaron en un ojo al capitán, Pablo Pérez.
El gas pimienta de la policía para dispersar agresores afectó a otros
jugadores. Así no se podía jugar aquel 24 de noviembre. Al día siguiente,
tampoco.
"Es una muestra más de la
decadencia del fútbol argentino. Un River-Boca en otro país porque no pueden
garantizar la llegada de un autobús a la cancha me parece de una ineptitud
incomprensible e insólita", dijo el exDT Ángel Cappa, coautor con su hija
María del libro 'También nos roban el fútbol'.
- Sin rebeldía -
Las policías comunal y
militarizada debían garantizar cordones de protección. No lo hicieron. Nadie
explicó por qué. Sólo renunció un ministro de Seguridad.
El papelón no era nada nuevo
bajo el sol. La violencia en las canchas y la de 'barrabravas' se cobró más de
300 vidas en medio siglo.
Si Buenos Aires organizó una
semana después, sin disturbios, una cumbre de líderes mundiales del G-20 ¿qué
impedía montar un buen operativo? River le había ganado a Boca una bien
organizada Copa Argentina este año en Mendoza (oeste). Y con las dos hinchadas
en el estadio, sin incidentes.
"Se hubiera elegido otro
estadio, no llevarlo a España. La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) no nos
defendió", disparó el presidente de River, Rodolfo D'Onofrio.
Incluso un trunco superclásico
de 2015 debió ser jugado. Hinchas boquenses arrojaron aquella vez gas pimienta
a jugadores de River en la manga de regreso al segundo tiempo, por octavos de
final.
La Conmebol le dio el partido
perdido a Boca, que se quedó con la sangre en el ojo. Fue el argumento
'xeneize' para pedir este año los puntos y la Copa. La protesta fue rechazada.
"Faltó un comunicado
conjunto de los dos equipos rebelándose contra una decisión que atentó contra
el hincha común", dijo el excampeón mundial en México-86 y ensayista Jorge
Valdano.
- Patada en el alma -
En represalia por el incidente,
la Conmebol le arrebató al país la superfinal. Así, cambiaron de manos los
negocios futboleros de tickets y publicidad, entre otros.
"La final en Madrid fue una
patada en el alma a todos los hinchas de fútbol de Argentina. Suena lindo
Madrid pero para el marketing, para el negocio global de la pelota, para
quitarle la identidad a un juego que debía jugarse en la húmeda, caótica y bien
nuestra Buenos Aires", dijo el diario Olé.
Fue una herida en el orgullo
¿Acaso alguien se imagina un Barcelona-Real Madrid en el estadio de Vélez
Sarsfield en Buenos Aires? ¿O a Estados Unidos celebrando el 4 de julio de su
independencia en el Palacio de Buckingham en Londres?
"Es como si no se pudiera
bailar tango. Estamos destruyendo al fútbol. No quiero violentos ni dirigentes
cómplices. No nos pueden robar el River-Boca", dijo el entrenador de
Huracán, Gustavo Alfaro.
El desencanto cesó al rodar la
pelota en el Bernabéu y millones de hinchas reactivaron la pasión. River ganó
3-1 el choque entre los dos colosos argentinos y festejó el mayor triunfo
contra el rival de todos los tiempos.
Tanta energía pareció gastar
River que fue una sombra en el Mundial de Clubes, eliminado en desempate a
penales contra Al Ain de Emiratos Árabes.
La pelota no se mancha, diría
Diego Maradona, pero se puede arrebatar, aunque a River nadie le quite lo bailado.
dm