viernes, 16 de diciembre de 2016

Aprendices de jockeys: Huir de la pobreza al galope

por Daniel Merolla

(publicado en internet por agencia AFP)


Sin un cobre en el bolsillo, duermen en un cobertizo lejos de casa y limpian los caballos, pero con candor adolescente arden en deseos de salir de la pobreza montados en un pura sangre y ganarse la vida como jockeys profesionales.
Son los aprendices de la escuela de jinetes. Parecen niños pero tuvieron que crecer de golpe. Aprenden el oficio en el Hipódromo de San Isidro. Cada día madrugan, llueve o truene. Trabajan a sol y a sombra en un predio de 300 hectáreas con pistas de arena o césped.
"Nací en el campo. Tengo cuatro hermanos. Papá y mamá trabajan muy duro. Mi sueño siempre fue correr en el hipódromo y vivir de eso", cuenta William Pereyra (22), uno de los aspirantes.
Ganan 30 ó 40 pesos (2 dólares) por ejercitar zainos y alazanes. Practican montados en un caballo mecánico. Hacen dietas que asustarían a un anoréxico. No pueden pesar más de 50 kilos. Pero algún día cobrarán 5.000 pesos (300 dólares) si cruzan el disco en el primer lugar.
Con caballerizas de paredes blancas y techos de tejas rojas, en medio de calles internas arboladas, el Jockey Club es la ciudad del turf en las afueras de la gran ciudad. Buenos Aires es la meca y Argentina un país líder en el mundo de los circos hípicos. Hay más de 1.500 empleados y 2.000 ejemplares de la raza corredora creada hace dos siglos en Inglaterra.

Humildad -
Los aprendices son pequeños como 'hobbits' pero fuertes como centauros. Vienen de hogares sin recursos. Caen simpáticos con sus vocecitas agudas de Minions.
"A los 10 años ya corría yo carreras 'cuadreras'", dice Kevin Banegas (16), flamante egresado. Las cuadreras son carreras a puro coraje, un 'vale todo' por calles de tierra en pueblos rurales.
Con las primeras luces del alba, Kevin se calza casco y chaquetilla. Ágil, salta a la montura de un zaino colorado. Empieza a "varearlo" (ejercitarlo en la jerga).
"¡Así juntaba dinero yo para vivir! No tenía un peso porque mi mamá apenas me daba para el autobús", recuerda Lucas Berticelli (23), hijo de una profesora de matemáticas a domicilio. Ya ganó decenas de carreras. "Tiene un gran futuro", augura Héctor Libré (67), su mentor.
Libré es más que el director de la escuela. Es maestro, guía, padre y consejero de los jóvenes. Lo respetan y adoran. Hombre de piel curtida, nieto de italianos inmigrantes, fue un jockey exitoso.
El director dicta sentencias lapidarias: "El chico que pierde la humildad está condenado al fracaso". Alumnos suyos llevan ganadas más de 8.600 carreras en 12 años.

Caricias -
Los aprendices limpian los studs. Alimentan y cepillan a los caballos. "Yo los acaricio, les hablo. Si están nerviosos, no corren bien", confidencia Gustavo Villalba (19), otro crack. Ya ganó 150 carreras.
Se sabe que la relación hombre-caballo es parte de la historia de la humanidad. En la realidad y en la ficción, desde Alejandro Magno con 'Bucéfalo' a Woody con 'Tiro al blanco' en la película animada 'Toy Story'.
Sentados el mediodía en los bancos del aula, la AFP les pregunta a quemarropa: "¿Alguna vez sienten miedo?". "Noooo", se enojan, heridos en el orgullo. "Si tenés miedo, no podés montar", pontifica Lucas López (18), hijo de un modesto galopador (entrenador).
Pero los estudiantes saben de caídas. "El primer caballo que monté me enterró en el barro", rememora Martín González (25). "El día que iba a debutar en el Hipódromo, trotando, me rompí la clavícula", dice Martín. De niño cuidaba ovejas en el campo, ahora lleva 140 carreras ganadas.

Recompensa -
Libré colgó en el aula un gran cartel: "Las carreras las ganan los caballos", una frase a prueba de vanidosos. La parte de león del dinero de las apuestas la embolsan los patrones y un porcentaje los jockeys. Sólo ganar un Premio de la Triple Corona representa un dineral para un jinete.
En otra sala se suben al equino de madera que se mece como en carrera. Libré los azuza: "¡Pegue con la fusta!", "¡cámbiela de manos!", "¡apriete las rodillas!", "¡baje los codos!", "¡párese en los estribos!". Los chicos obedecen.
De pronto todas las miradas giran hacia una jovencita bellísima. "Es la rusa", dice por lo bajo el aprendiz Franco Correa (17), mientras entra Kristina Kuschnarchuk (22). En su Siberia natal aprendió equitación. "Vine a la Argentina siguiendo a mi hermana", cuenta en un español correcto. Ella disfruta del mundo caballar.
El deseo de Gustavo Villalba es más terrenal: "No pienso ser el Messi de los jockeys. Si Dios quiere, pienso en ganar plata y comprarme una casa. Mi casa".
dm

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