La muerte de De la Rúa y los fantasmas de una Argentina atroz
por Daniel Merolla
Un viejo maestro del periodismo enseñaba que cuando a uno le encomiendan la semblanza de una personalidad pública debe preguntar siempre: "¿A favor o en contra?" La excepción a la regla solían ser las necrológicas, todo un género en el periodismo. Escribir en contra frente al destino inapelable se parece a escupir sobre una tumba. Pero ¿cómo escribir un perfil de un genocida, por ejemplo? ¿O cómo escribir la de un político con un formidable lado oscuro que ensombrece toda su carrera política?
Es el caso del expresidente Fernando de la Rúa (1999-2001). Su gobierno cayó en medio de la peor crisis de la historia reciente de Argentina. Falleció de madrugada a los 81 años de edad, tras una larga
convalecencia por enfermedades cardíacas y renales. En medio de otra crisis de las peores vividas por Argentina, una muerte reflota fantasmas.
De la Rúa fue líder de un sector conservador de la
socialdemócrata Unión Cívica Radical (UCR) y rival histórico dentro del partido
del expresidente Raúl Alfonsín (1983-89), padre de la recuperación democrática
después de la última dictadura.
El anuncio fue hecho al país por el presidente Mauricio
Macri en un mensaje en las redes sociales, donde realizó un reconocimiento a su
"trayectoria democrática". Macri encabeza este martes los actos por
el Día de la Independencia de la corona española.
"Era un dirigente bienintencionado, una buena
persona", dijo Macri sobre De la Rúa al iniciar su discurso en la
ceremonia central en Tucumán (norte), ciudad donde congresales de la incipiente
nación declararon el fin "de toda dominación extranjera" el 9 de julio
de 1816. Un dirigente "bienintencionado" vendría a ser alguien que intenta hacer el bien. Sus últimas horas en el poder, en rigor, no fueron un buen ejemplo de lo que se espera de un líder democrático.
El exmandatario firmó su renuncia el 20 de diciembre de
2001, forzado por una rebelión popular con decenas de miles de personas en las
calles que protestaban contra la recesión, el alza en el costo de los alimentos
y el congelamiento de los depósitos de los ahorristas en los bancos por casi
70.000 millones de dólares.
Pero Macri le rindió honras fúnebres inclusomayores a las de un simple jefe de Estado. Mostró una evidente empatía con el malogrado exmandatario oriundo de Córdoba pero porteño por adopción.
- Salida en helicóptero -
Su nombre quedó ligado al fin de la convertibilidad, un
régimen que ató el tipo de cambio en una relación de un peso igual a un dólar y
que duró una década. Tuvo que marcharse en un helicóptero desde la azotea de la
casa de gobierno, rodeada de manifestantes.
Para completar su período de gobierno, la Asamblea
Legislativa nombró en la presidencia al peronista conservador Adolfo Rodríguez
Saá, quien declaró el default de la deuda con acreedores privados por casi
100.000 millones de dólares. Una semana después tuvo que renunciar.
La Asamblea nombró entonces a otro peronista, Eduardo
Duhalde, quien en medio de la crisis llamó a elecciones en 2003, año en que
empezó la era de 12 años de gobiernos del matrimonio Kirchner, primero Néstor y
después Cristina, peronistas de centroizquierda.
El padre de la convertibilidad había sido el economista
liberal heterodoxo Domingo Cavallo, exministro de Economía del gobierno
peronista de derecha de Carlos Menem (1989-99) y luego designado de nuevo en el
puesto por De la Rúa cuando la crisis económica arreciaba.
- Alianza antimenemista -
De la Rúa había asumido al frente de una alianza
antimenemista en 1999, pero la recesión que heredaba se agudizó, en tanto
aparecían casos de corrupción como uno de sobornos a senadores para que se aprobara
en el parlamento una ley de flexibilidad laboral que eliminó derechos de los
trabajadores. Su historia quedó ligada a la tristemente famosa Banelco, para pagar coimas, que involucraron a uno de sus hombres de confianza, Alberto Flamarique. Un arrepentido relató los pagos de los sobornos con pelos y señales como nunca antes en la historia política.
Ahora es común relatar escabrosos detalles de presuntos corruptos, pero como parte del 'lawfare' o guerra judicial contra opositores. Primero presos, después investigados, y culpables, en suma, por "íntima convicción" como dijo el exjuez Sergio Moro al condenar a Lula da Silva, aunque ahora le caben al ministro de Jair Bolsonaro las generales de la ley. Las filtraciones de un medio norteamericano revelan sus chanchullos y fraudes judiciales para linchar al líder opositor brasileño.